Donald Trump presume de ser un aficionado a los Big Macs. Incluso en campaña hizo una aparición en la cocina de un McDonald's. Trump, además, es un personaje público omnipresente en las pantallas de los hogares estadounidenses, y desde el 20 de enero mantiene una actividad incansable en apariciones públicas y en redes sociales. Tiene tal horror vacui que es capaz de anunciar una postura numantina sobre una guerra arancelaria arbitraria para, horas después, recular y ordenar una pausa de 90 días. Donald Trump es ese señor ultracapitalista que reivindica una de las políticas económicas más antiliberales: los aranceles; para luego ponerlos en cuarentena tras cuatro días de caídas históricas en las bolsas. Y, una vez que los ha aparcado en el cajón, presume de una "jornada histórica" en los mercados, que lo único que hicieron fue celebrar el freno a su programa económico. Cada día es una sorpresa con Trump, porque el mundo va de susto en susto, con lo que eso supone para la economía de su país, donde nadie sabe nunca a qué atenerse, lo cual genera una espiral infinita de incertidumbre y de inseguridad jurídica. Trump, eso sí, de entre todos los rivales, ha señalado a uno por encima de los demás con, ni más ni menos, un 145% de aranceles: China. ¿Quién aguantará más ese pulso? En realidad, no le interesa a ninguno de los dos, porque China exporta más de lo que importa —la propia UE congeló el acuerdo comercial con China por la falta de igualdad de condiciones en ambos mercados—, pero al mismo tiempo, la mitad de la deuda estadounidense está en manos chinas, lo cual supone una vulnerabilidad enorme para Trump, unido al hecho de que la mayoría de las empresas tecnológicas estadounidenses se ven afectadas por los gravámenes a China. Y luego hay otro argumento que tiene que ver con el peso de la historia: las primeras dinastías chinas aparecen unos 2.000 años antes de Cristo. Es decir, Trump, el hombre del fast food y de las decenas de tuits al día, está jugando un chicken game con un país de una civilización milenaria, en cuyo mapa del tiempo la mera existencia de EEUU, un país con 248 años, es un breve lapso en comparación con los 4.000 años que contempla la cultura china. El tiempo irá colocando a cada uno en su lugar, y seguramente el pulso acabe con un acuerdo que limite el daño que a las dos potencias genera una guerra comercial a gran escala. Pero, de momento, lo que parece claro es que Trump se está midiendo con el rival más complicado posible. |