Amy Goodman y Denis Moynihan Cada día que pasa, la violencia ejercida por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos se vuelve más intensa y generalizada. Un ejemplo brutal y representativo de ello fue el reciente arresto violento de Narciso Barranco en la ciudad californiana de Santa Ana. Narciso, un esforzado trabajador inmigrante de 48 años que llegó a Estados Unidos procedente de México hace más de treinta años, es padre de tres infantes de la marina estadounidense. El 21 de junio, mientras hacía trabajos de jardinería en el exterior de un restaurante de la cadena IHOP, Narciso fue abordado por al menos siete hombres armados y enmascarados, que lo derribaron contra el suelo y lo golpearon repetidas veces en la cabeza. Posteriormente, lo esposaron y lo introdujeron a la fuerza en una camioneta sin distintivos. Los agentes, vestidos de civil, tenían sus rostros cubiertos y llevaban puestos chalecos antibalas y cascos de uso militar. Algunos de los chalecos tenían en la espalda la inscripción “Policía-Patrulla Fronteriza de EE.UU.”, pero una persona que es abordada por estos escuadrones no ve ningún nombre, insignia o marca identificatoria en el frente.
Uno de los hijos de Narciso, Alejandro Barranco, un veterano del Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos, pudo visitar a su padre en la cárcel. Narciso todavía vestía la misma ropa de trabajo que quedó ensangrentada luego del violento arresto.
Durante una entrevista que mantuvo con Democracy Now!, Alejandro expresó: “Se lo veía golpeado, maltratado; parecía derrotado. Estaba triste. […] Cualquiera se asustaría al ver a estos tipos acercarse, armados, enmascarados y sin uniforme”.
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